Recuerdo hace ahora como unos treinta años atrás, cuando mi madre compró su primera lavadora. Hasta entonces era algo común en las casas de todos los conocidos las lavadoras semi automáticas.
Pero recuerdo la Mini Jata, una pequeña lavadora transportable en la que solo se podía lavar muy pocas prendas y tenía un botón de encendido y otro de tiempo. Para la Mini Jata daba igual si era blanco, de color, sucio, enjuague o lavado profundo. Metías la ropa dentro la llenabas de agua manualmente, echabas los polvos , apretar el botón de encendido y el tiempo en el que el rotor daba vueltas y vueltas a la ropa. Pero ésa, no estaba en mi casa. Hasta entonces la pila, que se encontraba en el famoso “cuarto de pila” seguía allí.
Y en esa pila de piedra o cemento, se tapaba el agujero con un corcho se llenaba de agua y se ponía la ropa en remojo, luego tocaba estregar y estregar en la parte rugosa de la pestaña.
Luego mi tía Tatíz, compró una lavadora semi automática. Era más grande que la Mini Jata, se metía la ropa por encima y tenía mucha más capacidad, aunque los programas de lavados eran bastantes sencillos y por supuesto, no tenía centrifugado. Aún mi madre seguía manteniendo la pila y lavaba la ropa ahí.
Pero, éla aquí, que un día nos dijo que le había comprado una lavadora automática a Marrero. Marrero era un señor que tenía su comercio frente al Cine Costa Azul. El comercio carecía de toda esa marketing que tienen ahora las tiendas. Simplemente era una casa que tenía dos puertas que abría de par en par y dentro un gran salón con los electrodomésticos. Marrero vendía porque era de confianza, sabía convencer y admitía pagos aplazados, lo que sin duda era un gran gancho para la pobreza que se vivía en la isla. 
Entonces mi padre, carpintero de profesión, hizo un nuevo cuarto de pila en el gran patio interior de mi casa. El cuarto era de madera, y ahí se instaló la nueva lavadora, que por entonces, era la cosa material más costosa e importante de la casa.
Mis hermanos y yo, asistimos boquiabiertos a la puesta en funcionamiento de la misma. Ésta no era como la Mini Jata que había que echarle agua y los polvos y darle al botón y esperar. Nada de eso. Tampoco era como las demás que habían en el mercado que sacaba la ropa mojada y había que torcerla para tenderla. No muy lejos de esas lavadoras semi automáticas. Esta era una verdadera lavadora automática.
Entonces Marrero, conectó la manguera del agua y luego el desagüe para otro tubo que habíamos puesto provisionalmente. Introdujo la ropa en la lavadora de ojo de buey, echó un vaso de polvos Colón y comenzó a funcionar. 
La cosa no quedó ahí. Vivíamos al lado de la tienda de Amelia, la más importante de la calle, y antes no se compraba como ahora, que se va dos veces o una vez al hipermercado y se hace la compra del mes. No, antes se compraba según te hacía falta o el día anterior, en el que se ponía las lentejas o garbanzos de remojo se desalaba el pescado. Eso hacía que en la tienda siempre hubiese gente que esperaba detrás del mostrador forrado de formica en la parte delantera, y encima una lámina de estaño.
La pesa en el centro del mostrador y en un lado una parte del mostrador que se abría hacia arriba para poder entrar o salir Amelia o Marí su hija, a la que recuerdo con gran cariño. Entonces, era normal que la gente del barrio que permanecía alerta de cualquier circunstancia viese como en mi casa hubo que abrir las dos puertas, que aún hoy están para poder entrar la súper mega lavadora automática. Así que al día siguiente una sesión para los familiares y vecinos cercanos.
Después de la salida del colegio, a las cinco de la tarde, como era costumbre, corrí hacia mi casa para dejar los libros. Abrí la puerta, oí el alboroto, me quité los zapatos y la ropa y me puse los pantalones cortos, una camiseta y unas playeras viejas, bueno, las únicas que tenía.
En la habitación penetraba como cada tarde, el olor a café recién hecho, y se oía el bullicio de las mujeres en el nuevo cuarto de pila, entonces mi madre procedió al lavado. Ahora no recuerdo que metió, pero serían sábanas, porque tampoco es que nosotros gastáramos mucho en ropa. Me escabullí entre aquellas mujeres que no dejaban de asombrarse y de comparar. Y es que mi madre no fue progresivamente, pasó de la era de piedra a la era moderna. Lo bueno era cuando comenzaba a centrifugar y solo se oían los gritos de las mujeres viendo aquel monstruo dar vueltas rápidamente al tambor de lavado, mientras la lavadora iba caminando por no estar ajustada al suelo de cemento irregular del gran cuarto de pila.
La lavadora estaba genial, ahorraba tiempo a las mujeres, o al menos eso es lo que dice en los anuncios y lo que nos creíamos nosotros.
Al poco, mi madre se dio cuenta que la lavadora gastaba mucho agua. Nosotros que en ese tiempo, el agua era como el petróleo, pues incluso se llegó a traer el agua en un barco desde Gran Canaria, y el bidón de Uralita que estaba en la azotea no daba para tanto.
Entonces el amplio cuarto de pila se llenó de barreños grandes y pequeños, y cuando mi madre estaba haciendo las tareas de la casa, salía corriendo a toda prisa para colocar la manguera en uno de los barreños con el agua que la lavadora sacaba del primer lavado. Luego hacía lo mismo con el segundo lavado, que se colocaba en otro barreño porque el agua salía más limpia, y por último el centrifugado. Entonces, cuando mi madre ponía nuevamente la lavadora, con una manguera corta traspasaba el agua del segundo lavado dentro de la lavadora en vez de abrir la llave de paso. Total, que esto era un trajín que no era ni normal, y encima el agua de la primera colada se usaba para el baño o para refrescar la acera o el traspatio.

Ayer, a las once y media de la noche cuando estaba a punto de acabar la novela, algo inesperado en ella, hace cambiar todas las tornas del relato y la autora me deja como en una nube, incrédulo por lo ocurrido. Cuando ya acabo el libro, no se si ese final fue lo peor o lo mejor, ahora pienso que fue lo mejor, pero me cuesta asimilarlo.
Me entero que están proyectando hacer una peli basada en la novela y efectivamente lo confirmo, el día 11 de diciembre es el estreno en las salas de toda España.
La Elegancia del Erizo es un relato tan fresco y tan real, que te cuentan dos personas a la vez, una de 54 años, René, viuda y portera de un edificio de familias burguesas, que esconde un gran secreto: su formación cultural a través de la pintura, la música, los libros;

Esta mujer que, para no maltratarnos, nunca nos había dado a entender que nos quería, ni con gestos, ni con palabras, cómo esta mujer tosca que traía a los hijos al mundo de la misma manera que removía la tierra o daba de comer a las gallinas, esta mujer analfabeta, embrutecida hasta el punto de no llamarnos nunca por los nombres que nos había dado y los cuales dudo que aún recordara, cómo había sabido esta mujer que su hija medio muerta, que no se movía ni hablaba y miraba la puerta bajo el aguacero sin pensar siquiera en llamar, esperaba a que alguien le abriera , la hiciera entrar y ofreciera cobijo al calor de la lumbre?... Lisette vivió aún lo suiciente para traer al mundo a su hijo. El recién nacido hizo lo que se esperaba de él, murió a las tres horas. De esa tragedia que para mis padres no era sino el curso natural de las cosas, por lo que no se afligieron más -ni menos tampoco- que si hubieran perdido a una cabra, me fragüé yo dos certezas: los fuertes viven y los débiles mueren...
¿Pero cómo una mujer de apenas 40 años se atreve a escribir esta novela de tanto éxito? ¿Quién es Muriel Barbery? Es un intriga su lugar de nacimiento, porque si en su novela dice que nació en Casablanca (Marruecos) en 1969, en una entrevista concedida a El País el año pasado dicen que nació en Bayeaux (Francia). Muriel es Profesora de Filosofía.
Le herisson de Mona Achache, una directora que se estrena con esta película en la gran pantalla, y a la que han recibido con aplausos en Valladolid en la muestra europea de cine que se celebra en esa ciudad de Castilla.
debido principalmente a una de esas gripes, que como decía una amiga, ya no se sabe si es gripe a, b, c, ó estacional, el caso es que la tos y la garganta, con voz de bajo profundo ideal para presentar los noticiarios, me ha dejado como amormado.
Pero en estos días atrás parece que el mundo vive en una catástrofe, sobre todo en estado de ánimo. El mundo no se merece como lo estamos tratando y como unos cuantos manejan a los habitantes de este planeta tierra, y encima aparece la película catastrofística 2012.
Y es que no es para menos, el barco apresado por piratas somalíes en pleno siglo XXI en un país sin gobierno y sin que el conjunto de países tomen medidas,
la cumbre de Copenhague sin una implicación de los países, para paliar los efectos que dejarán al planeta sin recursos,
una reconocida activista saharaui que ha sido encarcelada en "su" país y ahora retenida en el aeropuerto de Lanzarote sin saber que hacer con ella, un niño muere de hambre cada seis segundos,
la gripe A,… y lo que más nos toca, la operación Unión, el turismo, el paro, las mociones de censura, la credibilidad de los políticos, las ONG desbordadas de personas en situación precaria, sin casi ayudas,
los impuestos que suben una barbaridad...
Lo que si tengo claro, es que en este tipo de situaciones de las que vivimos, los extremismos triunfan de una forma descomunal. Esos extremismos que a través de la historia nos llevó a situaciones como la segunda guerra mundial, y aunque ahora se ve a Hitler como un fanático, supo convencer a casi toda una nación, ante la mirada pasiva de los países que no podían luchar contra él, y algunos se aliaron a su bando. Ahora todo aquello nos parece una verdadera locura.
Coraje es esa mujer desarmada, Aminatou Haidar, que aún poniendo su salud por delante, defiende su derecho a vivir en su tierra aunque la hayan encarcelado 4 años y haya sufrido los ataques de otra nación que desea el territorio de la que es su tierra.
Coraje es el padre de Yeray que se planta en el Cabildo a exigir a los políticos que den solución a su problema que lleva años y años con promesas para que su hijo con deficiencias pueda tener una vida digna.
Coraje es la madre que denuncia al hospital, porque por negligencias, han dejado morir a su hijo sin la atención necesaria.
Coraje es Sor Ana que cada día atiende a indigentes y les da de comer con escasos recursos.
Y es que, de vergüenza y de rabia se le llena a uno el corazón, cuando el Ayuntamiento de Arrecife, anuncia que dona 2.000 euros a Café y Calor. -Menos da una piedra-, se atreverá a decir el político de turno, y tan pancho se quedará. Se le caerá la cara de vergüenza cuando vea que en la puerta de Café y Calor hay más de 50 personas esperando para comer, algo tan esencial en la vida, como comer.
No pensemos solo en, -esos problemas que los arreglen nuestros políticos-, pensemos en que, en nuestra mano también está, si no ayudarles, al menos exigir que ayuden a los que lo necesiten.