martes, 16 de agosto de 2011

FIESTAS DE SAN GINÉS 2011

Aquellos Sangineles...

Los días previos a las Fiestas de San Ginés, era un alboroto para los niños que como yo, pocas fiestas veía en el transcurso del año, pero para los mayores era también un trasiego de actividades, familia, compras, etc. Las Fiestas de San Ginés, era el examen para los mayores. En esas tardes y noches de idas y venidas sobre los zapatos nuevos que canturreaban con la pisada en la acera o el pavimento. El traje que bailaba alegre con el contoneo que las muchachas le daban, aún soportando el dolor del calzado, porque no era de su número y le quedaban estrechos o largos y le ponían algodones, o simplemente por la falta de costumbre.
Ignorante a esos detalles cuando pequeño, mi esfuerzo se tornaba frente a la ruleta de la feria y la compra de sobres con puntos que iba acumulando diariamente durante las dos semanas que duraban las fiestas, para obtener uno de los objetos que se exponían, y que diariamente revisaba para comprobar que aún seguía en el mismo lugar. No era extraño que el preciado detalle desapareciera, pero inmediatamente el feriante reponía a diario los objetos que se iban llevando los ilusionados participantes. Casualmente, el objeto que yo elegía, era de los menos que gustaba a la gente, por tanto, aunque siempre corría el riesgo de que se agotara era casi imposible.


Un año, alcancé a canjear los puntos por un juego de 8 vasos altos de cristal con dibujos de barcos veleros. Sinceramente, y aunque parezca que actuase con orientación caritativa o resignado a hacer felices a otros, es cierto, que el regalo que escogía no era para mí, era para la casa, en definitiva para mi madre, que en ciertas ocasiones desconocía que yo estuviese durante dos semanas reuniendo puntos para tal regalo.
Entre puntos y puntos, pasaba las tardes tempranas y las noches, en la marina, frente al ayuntamiento, el hotel Miramar, la Caja de Ahorros, el Parque Viejo, la Pescadería y el Parque Islas Canarias. Me gustaba comenzar el recorrido desde el principio. Primero por los puentes, cerca de Hacienda. Allí estaban los primeros ventorrillos hechos de maderas, palmas y suelo de rofe recién regado. Mesas y sillas de tijera o bancos improvisados.

La primera atracción eran los cochitos chocones. Comprábamos las fichas e íbamos dos en cada cochito. Los colores eran llamativos, pareciesen coches de Fórmula 1. Pintura brillante con colores llamativos, rojos, fucsia, azulados, verdosos, y por supuesto la banderita que chispoteaba en la red eléctrica que estaba en lo alto. En la ventanilla de venta de fichas, siempre estaba la mujer seria que de forma automática despachaba las fichas a cambio del dinero y asomaba las manos con las uñas pintadas de colores llamativos. Nunca me tropecé con ninguna mujer que al despacharme las fichas sonriera. Tampoco tenía que hacerlo, pero es una curiosidad que me viene hoy a la mente. Cuando tocaba el pitido y se paraban los cochitos chocones, a los que se le acababan las fichas salían corriendo hacia fuera, porque inmediatamente comenzaban a funcionar. Los que estaban fuera corrían con la misma velocidad para aprovechar el tiempo que duraba la ficha. Entonces, siempre aparecía aquel muchacho con vaqueros manchados de grasa y con un cigarro en la boca, que con destreza reunía a los cochitos sin chófer manejándolos de pie y empujándolos.

De los cochitos, pasábamos a los platillos volantes, y luego a comer algunos churros de esos finitos que no se veían por aquí. Aunque tenía verdadera devoción por la pota. En un medio bidón, allí un señor con algo de alcohol quemaba la pota y te la vendía calentita, y mientras iba mirando las otras atracciones, iba deshilachando las hebras de la pota hasta llegar a lo más duro que eran los rejos y dejaba para el final. Con esto, llegaba hasta donde estaba la tómbola, llena de objetos de todo tipo, pequeños electrodomésticos, lámparas de mesa, osos gigantes, muñecas de todo tipo, toros con la bandera española, gitanas a tutiplén y por supuesto los vasos de cristal con adornos de barcos veleros. Aquella explosión de luz blanca encendía toda la calle, y la voz ronroneante del tombolero que no paraba ni un segundo para respirar, daba vueltas a la tómbola y repetía los números, y decía cuantas cosas había, y contestaba a lo que le preguntaban, y respondía y cantaba, y gritaba y no descansaba…

En la boca del muelle, se situaban la mayoría de los vendedores de turrones y nubes de azúcar. Claro, ahora caigo que realmente esa era la entrada y la salida de todos los que accedían a la feria. A través de la Calle Real. En el momento de marcharnos, ¿quién no compraba algún turrón para llevar a casa y obsequiar a una madre, a un padre, a una abuela?. Es lo que todo el mundo hacía cuando se iba de la feria.

En el Parque Viejo, cerca de la boca del muelle, estaba uno de los más grandes ventorrillos, privilegiado que tenía el suelo con los pisos de los colores tan variopintos que tenía aquel parque desolado, pero a la vez, añorado. A partir de ahí había un trecho hasta llegar al parador, y en ese espacio, muchos se saludaban y se reconocían. Volvían por las fiestas de San Ginés, los primos, los hermanos, los tíos, los amigos que se casaron y se fueron. Todos, se veían como cada año en el paseo, ese largo y esplendoroso paseo. Y muy cerca, del parador, se oía música andaluza. Allí estaba la caseta de la Casa de Andalucía donde reinaba Félix de Granada, aunque vivía en Las Palmas, y nunca supe si era su nombre artístico. Se pagaba entrada, y los mayores iban porque al parecer se reían mucho de sus chistes, y además cantaba canciones, la mayoría coplas.
En la zona de la Pescadería, había otro ventorrillo, que solía estar abarrotado de gente, y solían ir gente a tocar y cantar canciones canarias o del folklore tradicional.

Ya desde ahí se oía la voz de Angelito “el guapo”, el presentador, que lo fue durante muchos años, de las galas y fiestas de San Ginés. Entonces, cerca del Casino Club Náutico, comenzaba una marea de gente que estaba de pie, porque el escenario del Islas Canarias estaba que no cabía ni un alfiler, para ver la Gala de Miss Lanzarote y Reina de las Fiestas de San Ginés. De pequeño, todo parece más grande, más bonito, seguramente lo era. Recuerdo un escenario en el que pusieron unas fuentes de agua!!. Y en la larga noche de elección de Miss, se oía aquello de… “ En el parque Islas Canarias, reunidos los señores…. Deciden coronar como Miss


Lanzarote…. A la Señorita…. ( de fondo no podía faltar el Pasodoble Islas Canarias)
Y en un grito del presentador nombraba a la Miss Lanzarote, y entonces subían el Pasodoble Islas Canarias y desde el Castillo de San Gabriel salía una cascada de fuegos artificiales. Entonces… ya éramos felices, teníamos Miss Lanzarote y Reina de Las Fiestas de San Ginés. Por cierto, que la de la foto es Gloria Valenciano, quien fuera Miss Lanzarote y se alzara con el título de Miss España.

Pero claro, se preguntarán ustedes: ¿Qué pasó con los vasos de cristal con adornos de barcos veleros?. Pues que en el último día de las Fiestas de San Ginés, el mismo día 25, salía toda Lanzarote a las fiestas de la capital, y desde por la tarde, iba a canjear los boletos, después de mirar por el suelo por si había alguno que no lo tirara, y por fin, me llevaba mi juego de 6 vasos de cristal. ¿Qué pensaría el incombustible tombolero al entregarme el juego de vasos?. Solo se que me moría de la vergüenza porque decía eso de “¡y que bonito premio señores…! ¡Un magnífico juego de 6 vasos de bohemia para el niño!. Qué será bohemia…

Creo que aún están los vasos en un mueble en casa de mis padres, la próxima vez lo comprobaré…

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