lunes, 16 de julio de 2007

TV, GRACIOSA, LA VIRGEN Y ARMIDA

Graciosa, que así la llamó, Jean de Bethencourt, se esconde tras el impresionante risco de Famara, como una hija pequeña tras las faldas de su madre. Así me lo pareció siempre y hoy más que nunca, porque cuando te sales fuera de la falda, el mar se enfurece y las embarcaciones parecen zozobrar, pero los viejos marinos saben del tiempo, del mar y de los peligros. Está claro que Graciosa de aquellos años mediados de los 60 en que se contaba el reparto proporcional y social de lo recaudado, hace mucho. Antaño, una señora mayor vestida como la usanza de entonces, pañuelo blanco y sombrera ajustada, hacía el reparto de lo recaudado en la pesca. Los pescadores colocaban todas sus capturas en un mismo lugar, como una recogida común, de la venta obtenida se repartía en proporción, para los propietarios de los barcos, los marinos, los hijos de los marinos y los que por causa de enfermedad no pudieron salir a la pesca, así de esta forma se vivía en común acuerdo. También puede ser que los lazos de familiaridad en casi todos ellos hicieran más llevadero esta especie de "comuna social". Atrás queda el recuerdo de aquella excursión realizada a la isla Graciosa con motivo de la inauguración de unas instalaciones dedicadas a atender a los enfermos. Nosotros, los alumnos del Colegio La Marina, que asistíamos a las clases de guitarra y timple dadas en su tiempo libre por el profesor Orlando Suárez, estábamos invitados a tocar para los habitantes y acompañantes en tan importante evento. En el muellito de Órzola, nos transportaba un barco pequeño de pesca. A mi me tocó ir en la parte trasera y mis manos casi tocaban el agua, en la proa del barco iba otro tanto de compañeros, en total éramos unos veinte. Al llegar al puerto de la Graciosa los de proa habían estado tapados con plásticos pues el mar mojaba toda esa zona, mientras nosotros permanecíamos al zoco. La mar estaba algo revuelta y había viento.
Allí me esperaba mi abuela, pariente de la familia de los Toledo, casualmente estaba de visita en la isla, en la que solía pasar dos semanas al año compartiendo con algunos de sus parientes.
Nos divertíamos cantando algunas canciones del folklore popular sin discernir si lo que interpretábamos era de esa forma, si estaba bien o mal, simplemente actuábamos lo mejor que podíamos sin tener, al menos yo, referencias de otros grupos, solo las indicaciones del profesor entregado.
Después de comer alguna cosa ofrecida por los vecinos, ya para regresar, en el muelle, los mayores decidían si el barco salía o no. Ya eran las cinco de la tarde. Al final deciden que el barco debe sarpar y subimos al barco, yo me pongo en el mismo sitio, en la popa del barco, pues en la venida era mas azocado y pensé que en la ida era igual. Me despido de mi abuela que se queda algo preocupada y me repite mil veces que le llame al teléfono de la fonda cuando llegue a casa. Un alboroto se arma en el puerto, una señora de unos 60 años entre quejidos y suspiros y aguantando las risas de sus vecinos intenta subir al barco y se coloca con nosotros en la parte trasera. Al parecer la señora le tenía pánico a navegar, y encima el tiempo estaba enfadado.
Tengo el recuerdo claro en la memoria retenido de ver como se aleja el barco, de mi abuela diciendo adiós en el muelle con traje, tipo bata, abotonada en gris y blanco (medio luto), de como el muelle cada vez se vislumbra mas lejano. Solo se oía los motores del barco el sonido del viento y el mar y la señora que no dejaba de advertirnos que tuviésemos cuidado, el barco casi iba hundido y tocábamos con nuestras manos el agua fría. En estribor, se agarraba con fuerza el Delegado de Sanidad que nos acompañaba. De pronto al llegar a Punta Fariones el mar se pone bravío y vota con tanta fuerza que el barco parece un cascarón en un inmenso mar a merced de las olas encrespadas que subían y bajaban con tanta fuerza que en una de ellas, Eduardo que estaba a mi lado, queda flotando en el agua que entró en el barco y sale fuera de la embarcación y en un arranque precipitado la señora lo agarra por los pelos y lo trae nuevamente al barco. La cara de pánico del Delegado lo dice todo, yo lo miro mientras me agarro fuertemente al borde y el agua vuelve a entrar en el barco y nos moja de cintura para abajo como en una bañera. Así padecimos hasta ya casi llegar al muelle de Órzola. ¡¡Bendito muelle de Órzola!! Por fin sintió nuestros pies mojados y temblorosos saliendo de una pesadilla que pudimos contar. Hoy, la Graciosa no tiene nada que ver como el de antaño, es claro que en todas partes ha llegado la civilización y la Graciosa no ha sido ajena a la evolución, comenzando por los modernos barcos que hoy hacen la travesía, aunque siga estando casi el mismo puerto en Órzola, (desgracias de ser de una isla "menor"), Cuando avistamos en el horizonte el nuevo muelle de La Graciosa que se extiende plácidamente sobre el mar que parece acariciarlo, y sobre ese mar los pantalanes acogen a los diferentes tipos de barcos de recreo, de pesca y de distintas condiciones sociales. Afortunadamente la isla mantiene ese color en la arena de sus playas y sus calles aún siguen llenas del jable que todo lo llena, que todo lo inunda, esencial para caminar descalzos. Las Fiestas del Carmen ya no son esas fiestas apacibles, ahora son un desborde de verbenas, ventorrillos de esos de los modernos prefabricadas de las casas de refrescos, y hasta allí llegan los decibelios de los equipos de música. Aún así, tiene ese encanto de tranquilidad, que no hay que correr a menos que se vaya el barco, pero ni eso, si te ven, esperan a que embarques.
Por ser diferente, hasta el cura. Parece ridícula la canción que acompañaba a la imagen, mas parecía propia de una murga, y la letra, dándole las gracias al visitante por venir a la isla, sus gentes, sus calles, y en todo la Virgen protectora, etc. etc. Lo peor es que el cura no paró en las mas de dos horas que duró la travesía con la virgen en el mar y hasta que la bajaron y la llevaron a la ermita. Miré a la Virgen del Carmen, me pareció ver que había soltado al niño de sus brazos y tenía sus manos tapándose los oídos para no oír al cura. Casi no quedó barco que no fuese a acompañar a la Virgen en su recorrido, incluso todos los de la empresa de viajeros se sumó a la vuelta marina. En uno de ellos, cantaban a todo gas canciones de moda peor entonadas que incluso las del cura, motivo por el que al llegar al muelle la gente bajaba a toda prisa para dejar de oír por un momento semejante estruendo musical.
Nosotros, afortunadamente permanecimos en el muelle a la espera tomando una cerveza y degustando algo de comida de los ventorrillos.
El último barco hacia Órzola iba como la barca de Noé, comparativa de lleno hasta la bandera. Y antes de llegar a Punta Fariones comenzó a saltar en el mar, y me vino a la mente mi primera experiencia que relaté al principio y de cuyo recuerdo rememoro en situaciones como esas. Y atrás ibamos dejando la isla que habitó la reina bruja Armida que enamoró a Reinaldo, joven guerrero encargado de la liberación del Santo Sepulcro por las Cruzadas, según cuenta Tasso en su poema épico. La bella bruja llevó hasta la isla un dragón y un león para cuidar la isla y no pertubaran su amor, incluso encantó una fuente de agua que quien osara en beberla o tocarla moriría de risa. Esta última parte me parece lo mas divertida, y pienso (luego existo), ¿no será que Jean de Bethencourt le puso Graciosa porque la isla quedó impregnada de esa risa?, o ¿fue él el que tocó la fuente de Armida pero no le hizo efecto porque ya no estaba su guerrero?. ¡¡Viva la Virgen del Carmen!!

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