Atrás queda esos acontecimientos dolorosos para los isleños, y ahora se presenta una nueva oportunidad para esta isla.
Fondeamos en el Puerto de Arrecife con todos nuestro equipaje, baules y mas baules para una isla que apenas gozaba de algún evento social, solo el que producía la llegada de algún barco como nosotros. Actualmente se construía en esos momentos el pequeño muelle que alcanzaría unos 200 metros. Al desembarcar nos esperaba don Félix Fumagallo, dueño del hotel Arrecife que se apresuró a llevarnos hasta nuestros aposentos. El hotel mantenía la decadencia propia del lugar, el salón con muebles de escaso valor estaba acompañado de un piano que en otros tiempos seguramente, corrió mejor suerte. Afortunadamente, las habitaciones no tenían chinces u otros animales en los que suelen acompañar estos establecimientos. A la hora del almuerzo comíamos en familia junto con el dueño y su familia, su mujer que era la cocinera, se esmeraba en propiciarnos deleite con sus guisos, pero no era el empeño, sino los medios lo que faltaba para dar por aceptable lo que se podía llamar comida.
A lomos de dromedarios, que llamaban camellos, nos dirigimos hacia la parte mas quemada de la tierra, la que casi cien años atras deboró gran parte de la parte central de la isla llevándose consigo pertenencias, casas, tierras, ganado, recuerdos y no se cuentas cosas mas.
Aún con el calor que había, la suave brisa de los alisios calmaban ese agobiante calor que no de ser por el aire nos habríamos achicharrado. Allí comenzamos la grabación de la pelicula para la corona austriaca.
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