domingo, 8 de agosto de 2010

EL FUTURO LLEGA, DEJEN PASO VIEJOS!!

A razón de lo que un amigo publica en su blog, y como no era lógico que mi contestación sobrepasara lo que debería medir un comentario normal, me animó a escribir algo de mis reflexiones acerca de lo que publicó.

Y es que hablando de la moda en algunas ciudades europeas de dejar libros en lugares públicos, para que otras personas lo lean, y vuelvan nuevamente a dejarlos para otros lectores y así formar una cadena, pues en todo esto tengo mis dudas.

Primero porque por mis costumbres no sería capaz de desprenderme de un libro a no ser que fuera del todo necesario. Y es que por no ser, no soy ni socio de la biblioteca, porque no me veo devolviendo los libros que leo, y eso me convertiría en un moroso.

Aunque es cierto que, de los primeros libros que leí fue Yaiza. Una triología escrita por Alberto Vázquez Figueroa. Por entonces, no era adicto a la lectura ni me llamaba mucho, pero el estar fuera de Lanzarote haciendo el servicio militar en Zaragoza, sentí la necesidad de tener algo que me hablara de mi tierra, y pensé que con ese libro podría tener un vínculo y además olvidarme de la vida militar por espacios de tiempo. Una vez terminé de leer el libro lo encontré tan interesante que se lo ofrecí a otro soldado, y este a su vez a otro, y le perdí la pista de donde podía estar, y al final lo doné a la pequeña biblioteca del 5º Depósito de Sementales de Zaragoza, que así se llamaba mi destino. Pero eso fue algo puntual, y aún tengo el deseo de, si no recuperar ese libro, tenerlo porque fue parte importante en mi vida. Tan importante fue en mi vida, que por casualidades de la vida, supe que Alberto Vázquez Figueroa, tenía una casa en Tías y con el tiempo la localicé, pero en ningún momento me mostré como un fan suyo por haber leido un libro. Pero una día, cuando el servicio militar quedaba a diez años atrás, un ingeniero relacionado con mi trabajo, me dijo que tenía una entrevista con Alberto Vázquez Figueroa en su casa de Lanzarote y que vendría también su mujer, que había leído prácticamente todos sus libros. Me pidió que le acompañara, porque pensaba que me iba a gustar la idea. En ese momento pensé en que sólo había leído Yaiza, y había oido hablar a un amigo de su libro Tuareg, del que se había quedado completamente maravillado. Era tarde para ponerme a leer antes de la entrevista que sería a los dos días.

Rafael y su mujer, llegaron de Fuerteventura y quedamos en Tías para ir juntos hacia la casa del escritor. Era una casa amplia, con varios garajes y unas escaleras subía hasta una puerta abierta que daba a un hermoso patio con ese sol tardío del mes de agosto, y al preguntar por Alberto, un muchacho lo llamó y éste bajo por unas escaleras y después de saludarnos nos invitó a subir a su estudio, su refugio. Llegamos a una especie de sala con piso y techo de madera. Grandes ventanales que se abrían hacia el atlántico, y en el estudio, sillones cómodos, mesa de despacho, y libros, folios, carpetas, todo en un desorden ordenado. Alberto fumaba un puro, y la estancia olía al habano pero había aire acondicionado, necesario porque el sol casi daba todo el día en la estancia. En otra mesa, se encontraba una pequeña maqueta de una desaladora de agua de mar, que él mismo había presentado ante el ministro de obras públicas del gobierno español, y ante el gobierno chileno, interesado en comprar la patente. Supuestamente éste asunto era el que le traía a Rafael, pero realmente quería contentar a su pareja, una chica mucho más joven que él, cubana, y entusiasta del escritor, al que le hizo varias preguntas sobre sus libros. Yo miraba alrededor, porque quería saber que se siente en un lugar donde se han creado tantas historias. Al poco oímos unos golpes en la puerta y subió una señora rubia, con un moreno resplandeciente donde el oro parecía relucir mas, de peluquería diaria, vestida de chanel, elegante. Nos saludó cortesmente y habló con Alberto y le dijo que bajaba a Arrecife, a una cita. Al poco subieron otros dos muchachos y se despidieron de él, llamándole papá. Cuando se marcharon, Alberto, nos dijo que al menos dos muchachos de los que estaban en la casa, no eran hijos de él. Uno de ellos era amigo de sus hijos, y al separarse sus padres pidió quedarse unos días en su casa a dormir, hasta que terminó adoptándolo.

Bueno, volviendo a centrarme donde lo dejé antes de la anécdota de Alberto Vázquez Figueroa, prefiero que la biblioteca esté en mi casa, no me importa prestar los libros, siempre que éstos vuelva a su lugar. Las bibliotecas están para estudiar, consultar libros, pero no lo veo, actualmente, para un servicio de prestación de novelas.


Dice este bloguero, que a él le gusta coger los libros y olerlos, sumergirse en sus páginas. Cierto, a mi también me gusta. También palpar las hojas y pesarlo, saber cuanto pesan las palabras... Me gusta mirar algunos libros que he leído y recordar algunas cosas de ellos. Aún no me he atrevido a a subrayar alguna frase que me llamase la atención, pero sí me atrevo a firmar el libro y poner la fecha en la que termino de leerlo.
Cada libro leido, lo asocio con una fase de mi vida personal, de ese momento o de aquel, de tal comida, de tal olor. Algo parecido como cuando ves una fotografía. En definitiva, no podría deshacerme de un libro que me haya, al menos, conmovido un poquito.
Otro tanto pasa con las cintas de vídeos, que muchos no saben que hacer con ellas. Muchos se quejan de ver una peli con rayas que deforman la imagen. Todo depende también, de la calidad de las mismas o de la importancia que le demos a la cinta en cuestión.
En la gala de los Goya, me llamó la atención lo que dijo el hijo de Antonio Mercero, que recogió el premio honorífico para su padre, y agradeciéndolo en su nombre, decía que su padre cada día veía la película "Cantando bajo la lluvia", y la veía cada día como si fuese su primera vez, y es que el Alzheimer tiene eso. La importancia de una película olvidada, y el recuerdo que ésta dejó en él.
¿A caso no se está volviendo a los discos de vinilo?, claro que sí, no es que forme parte de un romanticismo. No. Creo que es algo más que la propia música que escuchamos en esos discos de vinilo que respiran de una forma brutal cuando lo desenfundas. Es el hecho de seguir un ritual, de querer aquello que otros maltratan. Sleccionar un disco, sacarlo de su funda, limpiarlo suavemente y colocarlo en el tocadiscos, colocando la aguja en el comienzo del mismo. Estoy seguro que se oye de otra forma.
Con todo esto, el día que Pablo o Jorge, sean mayores y le pregunten a sus padres, qué tipo de música escuchaban y qué películas veían o recordaban, salbo algunas que la mente retiene, el resto no existiría, porque el material del disco duro se fue al carajo, como dice el bloguero en una expresión clara.
Coincide el post de mi amigo, con mi decisión de recopilar reportajes fotográficos de viajes o enventos que tengo en CD, y publicarlos en los maravillosos álbumes de Hoffman, que por un precio módico lo editan y te lo envían a tu casa por mensajería. Porque aunque casi todos nosotros nos fiamos de las nuevas tenologías, y que no dudamos que ayuden, y mucho, en otras, nos lo ponen ciertamente difícil.
Cuántas veces no hemos estado en alguna reunión familiar o de amigos y de pronto alguien comenta algo sobre un viaje, o un evento, y cuando deseas mostrarlo, resulta que no encuentras el CD, el ordenador no lo puede reproducir, o la cámara no es compatible con tu reproductor, y andas de un lado a otro conectando y soltando cables, y lo peor es que te manden un virus y te borre toda la memoria del ordenador y con ella las fotos y los recuerdos se van.
Con todo esto, queridos amigos, no seamos ni tan sofisticados ni tan nostálgicos, pero el tacto es algo tan importante en nuestras vidas, que sin él muchas cosas pasarían desapercibidas. Besos virtuales.

2 comentarios:

Tina dijo...

Tienes toda la razón, yo soy de las que cada cierto tiempo recopila las fotos y las imprime para pasar el ritual de colocarlas en un album. Hay cosas que no se deben perder. Besos

Silvi dijo...

Eso de las fotos lo he pensado miles de veces, y hasta he tenido pesadillas en las que pierdo todo lo que tengo guardado en mi ordenador, y los llantos y lamentaciones no son pocos, todo por dejar para mañana lo que puedo hacer hoy, si me lo propongo.

Por cierto, me encanta Alberto Vázquez Figueroa. Mi padre tiene una buena colección de sus novelas: Yaiza, Palmira, Sicario, León Bocanegra, África llora... y muchas más que a saber dónde andan. Me he atrevido a leer algunas de ellas, y me he anganchado a todas y cada una de ellas.

Todavía no he leido la entrada de "la casa de las curiosidades". Ahora voy a ello.