sábado, 30 de junio de 2007

CAPÍTULO 1: La llegada a la luna



En el patio de mi casa, que como dice la canción, es particular, pero se convertía en un patio abierto para todos, por que por entonces era normal que la puerta de la calle estuviese solo con la aldaba y todos los familiares y vecinos conocidos entraban solo avisando con la voz y algún toque en la puerta, y claro está el lugar de reunión era en la cocina o en el patio a cielo descubierto, donde el olor del café recién hecho era común y normal.
Una de esas tardes hacíamos una competicion. En la cocina había un banco de madera sin respaldo, como para tres personas, ahí mi madre colocaba un molinillo de color verde y rojo que se clavaba para que no se moviera. Mientras, mi tía con un pañuelo en la cabeza y cantando alguna canción de Raphael, de la que era fiel admiradora, removía con cuidado los granos de café que se tostaban en una sartén puesta en la cocinilla, y así con un palo de madera removía hasta quedar tostado. Luego, el café se extendía en unos fardos para que se enfriara y comenzaba la competición de mi hermano y mis primos.






En un banco de madera sin respaldo que estaba pegado a la pared y que usabamos para sentarnos a comer, se improvisaba un lugar de trabajo. Mi padre clavaba en el banco un molinillo de café pintado en verde y rojo con una gran rueda del que pendía una manilla que accionábamos para moler el café. Llenábamos el recipiente y le dábamos con fuerza a la rueda que molía los granos y la molienda iba callendo en la gabetita de madera, así mi madre llenaba tarros de cristal con el café recién molido.
Al día siguiente, sábado por la mañana, después de hacer algunas tareas en casa, formábamos la banda de tambores con las mayorets. Los tambores eran latas de aceite de motores que recogíamos en los talleres de "portonao". Las latas las ajustábamos a la cintura con soga y las haciamos sonar con los palos al igual que hacía la banda municipal. Delante las muchachas del barrio con palos en la mano y con semblante serio marcaban los pasos en tres o dos filas. Así de esa forma, recorríamos las calles del conocido Charco San Ginés, mientras las mujeres se asomaban a los postigos de las puertas para vernos pasar.

Tengo presente el recuerdo del día que por primera vez nos dijeron que el hombre iba a pisar la luna. Entonces yo estaba en casa recien llegado de la calle, acalorado de tanto correr y una de las vecinas que entraba en casa de visita me dijo que mirara al cielo, a la luna, pare ver si veía llegar a los hombres a la luna. Perplejo me quedé mirando en el patio hacia el cielo, por entonces la contaminación lumínica no era tanta y el cielo se veía perfectamente. Y así pequeño miraba sin pegar ojo a la luna con la intención de ver a alguien, era en la tarde del día 20 de Julio de 1969.



¿Y si al llegar resulta que uno de los astronauta tocaba el interruptor de la corriente y apagaba la luna?, entonces dejaría a oscuras las noches. Cuando me tomé la cena a regañadientes, salí nuevamente al patio, la luna seguía donde siempre y con la misma luz. Con las manos simulaba unos prismáticos para ver si podía ver a la nave espacial, fue tanto el empeño que creo que lo ví.
Al poco me desvestí y me puse el pijama, me acosté pensando en lo de la luna, tenía muchos interrogantes. Entonces salí nuevamente al patio y vi como una nave de color blanco tomaba tierra en un lugar parecido al de las montañas del fuego y allí unos hombres como de buzos caminaban lentamente por la tierra, y entonces el primero de ellos clavó una bandera tricolor con siete estrellas verdes, entonces vi un gran interruptor que era el que encendía la luna, uno de los astronautas fue hacia él y cuando lo bajó sentí una mano sobre mi hombro, era mi hermano, ya era de día, todo había sido un sueño.

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