sábado, 28 de noviembre de 2009

LA PRIMERA LAVADORA

LA PRIMERA LAVADORA

Recuerdo hace ahora como unos treinta años atrás, cuando mi madre compró su primera lavadora. Hasta entonces era algo común en las casas de todos los conocidos las lavadoras semi automáticas. Pero recuerdo la Mini Jata, una pequeña lavadora transportable en la que solo se podía lavar muy pocas prendas y tenía un botón de encendido y otro de tiempo. Para la Mini Jata daba igual si era blanco, de color, sucio, enjuague o lavado profundo. Metías la ropa dentro la llenabas de agua manualmente, echabas los polvos , apretar el botón de encendido y el tiempo en el que el rotor daba vueltas y vueltas a la ropa. Pero ésa, no estaba en mi casa. Hasta entonces la pila, que se encontraba en el famoso “cuarto de pila” seguía allí. Y en esa pila de piedra o cemento, se tapaba el agujero con un corcho se llenaba de agua y se ponía la ropa en remojo, luego tocaba estregar y estregar en la parte rugosa de la pestaña.
Luego mi tía Tatíz, compró una lavadora semi automática. Era más grande que la Mini Jata, se metía la ropa por encima y tenía mucha más capacidad, aunque los programas de lavados eran bastantes sencillos y por supuesto, no tenía centrifugado. Aún mi madre seguía manteniendo la pila y lavaba la ropa ahí. Pero, éla aquí, que un día nos dijo que le había comprado una lavadora automática a Marrero. Marrero era un señor que tenía su comercio frente al Cine Costa Azul. El comercio carecía de toda esa marketing que tienen ahora las tiendas. Simplemente era una casa que tenía dos puertas que abría de par en par y dentro un gran salón con los electrodomésticos. Marrero vendía porque era de confianza, sabía convencer y admitía pagos aplazados, lo que sin duda era un gran gancho para la pobreza que se vivía en la isla.
Entonces mi padre, carpintero de profesión, hizo un nuevo cuarto de pila en el gran patio interior de mi casa. El cuarto era de madera, y ahí se instaló la nueva lavadora, que por entonces, era la cosa material más costosa e importante de la casa. Mis hermanos y yo, asistimos boquiabiertos a la puesta en funcionamiento de la misma. Ésta no era como la Mini Jata que había que echarle agua y los polvos y darle al botón y esperar. Nada de eso. Tampoco era como las demás que habían en el mercado que sacaba la ropa mojada y había que torcerla para tenderla. No muy lejos de esas lavadoras semi automáticas. Esta era una verdadera lavadora automática. Entonces Marrero, conectó la manguera del agua y luego el desagüe para otro tubo que habíamos puesto provisionalmente. Introdujo la ropa en la lavadora de ojo de buey, echó un vaso de polvos Colón y comenzó a funcionar. Por supuesto que cogimos puesto por el suelo y en las sillas, mientras mirábamos como daba vueltas la ropa a través del cristal de la tapa de cierre. De pronto se para, empieza a salir agua, luego hace un clic!! Y un clac!! Y empieza a entra agua nuevamente, hasta que al poco comienza a girar a gran velocidad, que nos agarramos por un momento y mi madre dio un pequeño grito porque no lo esperaba. Entonces fue poco a poco bajando revoluciones hasta que se paró completamente e hizo otro clic!! Y clac! Y abrió la puerta y ahí estaba la ropa lavada y torcido, solo había que tenderla en las nuevas líneas que habíamos puesto en el inmenso patio interior.
La cosa no quedó ahí. Vivíamos al lado de la tienda de Amelia, la más importante de la calle, y antes no se compraba como ahora, que se va dos veces o una vez al hipermercado y se hace la compra del mes. No, antes se compraba según te hacía falta o el día anterior, en el que se ponía las lentejas o garbanzos de remojo se desalaba el pescado. Eso hacía que en la tienda siempre hubiese gente que esperaba detrás del mostrador forrado de formica en la parte delantera, y encima una lámina de estaño. La pesa en el centro del mostrador y en un lado una parte del mostrador que se abría hacia arriba para poder entrar o salir Amelia o Marí su hija, a la que recuerdo con gran cariño. Entonces, era normal que la gente del barrio que permanecía alerta de cualquier circunstancia viese como en mi casa hubo que abrir las dos puertas, que aún hoy están para poder entrar la súper mega lavadora automática. Así que al día siguiente una sesión para los familiares y vecinos cercanos. Después de la salida del colegio, a las cinco de la tarde, como era costumbre, corrí hacia mi casa para dejar los libros. Abrí la puerta, oí el alboroto, me quité los zapatos y la ropa y me puse los pantalones cortos, una camiseta y unas playeras viejas, bueno, las únicas que tenía. En la habitación penetraba como cada tarde, el olor a café recién hecho, y se oía el bullicio de las mujeres en el nuevo cuarto de pila, entonces mi madre procedió al lavado. Ahora no recuerdo que metió, pero serían sábanas, porque tampoco es que nosotros gastáramos mucho en ropa. Me escabullí entre aquellas mujeres que no dejaban de asombrarse y de comparar. Y es que mi madre no fue progresivamente, pasó de la era de piedra a la era moderna. Lo bueno era cuando comenzaba a centrifugar y solo se oían los gritos de las mujeres viendo aquel monstruo dar vueltas rápidamente al tambor de lavado, mientras la lavadora iba caminando por no estar ajustada al suelo de cemento irregular del gran cuarto de pila.
La lavadora estaba genial, ahorraba tiempo a las mujeres, o al menos eso es lo que dice en los anuncios y lo que nos creíamos nosotros. Al poco, mi madre se dio cuenta que la lavadora gastaba mucho agua. Nosotros que en ese tiempo, el agua era como el petróleo, pues incluso se llegó a traer el agua en un barco desde Gran Canaria, y el bidón de Uralita que estaba en la azotea no daba para tanto. Entonces el amplio cuarto de pila se llenó de barreños grandes y pequeños, y cuando mi madre estaba haciendo las tareas de la casa, salía corriendo a toda prisa para colocar la manguera en uno de los barreños con el agua que la lavadora sacaba del primer lavado. Luego hacía lo mismo con el segundo lavado, que se colocaba en otro barreño porque el agua salía más limpia, y por último el centrifugado. Entonces, cuando mi madre ponía nuevamente la lavadora, con una manguera corta traspasaba el agua del segundo lavado dentro de la lavadora en vez de abrir la llave de paso. Total, que esto era un trajín que no era ni normal, y encima el agua de la primera colada se usaba para el baño o para refrescar la acera o el traspatio.

5 comentarios:

Silvi dijo...

El cuento de la lavadora ya me lo habías contado,jajaja, estuvo graciosa la anecdota. Con esto se demuestra que tienes tus años.
Deberías escribir un libro con todas las anecdotas de tu infancia y adolescencia en el incomparable marco del Charco de San Ginés (chas que bonito me quedó tu!).
El libro lo podrías titular: "Mis memorias desde el Charco" por Roberto Félix Fuentes Hernández.
A parte de esta podrías contar la de las mil pesetas en dulces, la de cuándo fuiste actor de "entullo" en un película que rodaron en Timanfaya vestido de época con más amigos tuyos, etc, etc.
Te animas?

Roberto dijo...

Me sorprende que te acuerdes de las anécdotas que he contado, aunque es cierto que hay alguna puesta ahí, porque yo no recuerdo cuando, ni como estaba en el momento de contarlas. jajaja. El libro vendrá pronto. Thank!! Rbt

Silvi dijo...

Roberto, la edad no perdona, todas esas anecdotas me las has contado en el trabajo, cuando te iva a visitar porque no tenía nada que hacer, o más bien, no tenía ganas de hacer nada, y cómo a ti te gusta más hablar que otra cosa, pues me contabas cosas graciosas tuyas. Que momentos más divertidos "pasemos" ¿verdad?

Roberto dijo...

La veldaddd que si, jajaja

Anónimo dijo...

Este fue un buen artículo para leer, gracias por compartirlo.